
Ecos de una hermana perdida – Historias de suspenso, drama y terror – Un viaje a través del dolor, las sombras y el poder de la conexión
Mi nombre es Ximena, tengo diez años y vivo en una casa que, aunque parece perfecta por fuera, guarda sombras que no cualquiera notaría. Mi familia… bueno, es un poco extraña. Mi madre, aunque es cariñosa conmigo, siempre ha sido distante. Nunca me ha faltado su amor, pero lo siento como algo frío, distante. Mi padre… apenas lo veo. Siempre está trabajando, ausente, pero gracias a él vivimos cómodamente. La verdad es que no siento su ausencia tanto como la de mi hermana mayor.
Ella, Sofía, es diferente. Tiene diecisiete años, pero parece haber vivido una eternidad de tormentos que nadie puede entender. Siempre está enojada, no sonríe y se encierra en su habitación a dibujar durante horas, a veces días enteros. Yo la observo desde la distancia, y aunque no puedo entender por qué está así, sé que algo dentro de ella la consume. Mamá nunca le presta mucha atención. De hecho, siempre ha sido así.
Un día escuché a mamá hablando con la abuela por teléfono. Decía que Sofía siempre había sido un poco extraña, reprimida. Me contó que cuando tenía mi edad, comenzó a cambiar, que algo se quebró en ella cuando cumplió doce. Mamá lo atribuía a la adolescencia, pero algo en su voz me hizo dudar. Era como si supiera algo que no decía, como si hubiera una verdad oscura que se negaba a aceptar.
No fue sorpresa que mamá simplemente dejara de prestar atención a Sofía. Yo, en cambio, siempre estaba pendiente de ella. A pesar de su enojo y su frialdad, la quería. Un día, me sorprendió. Abrió la puerta de su habitación y, por primera vez en mucho tiempo, salió. Caminó hacia mí, me abrazó. Sus brazos eran fuertes, pero lo que más me sorprendió fueron sus ojos. Me miró de una manera que nunca había visto, con una ternura y tristeza tan profundas que me hicieron sentir extrañamente reconfortada y asustada al mismo tiempo.
—Siempre estaré aquí, cuidándote —me susurró al oído. Luego, se alejó y se encerró nuevamente en su habitación.
Ese fue el último contacto que tuve con ella.
Las cosas siguieron su curso extraño en casa. Mamá me peinaba, me vestía con ropa bonita, pero nunca había hecho eso con Sofía. Nunca. Es como si algo en ella se hubiera roto cuando Sofía era pequeña, y desde entonces, mamá no supo cómo amarla. Conmigo era diferente, pero esa diferencia dolía. Dolía porque sabía que Sofía lo sentía.
Los días pasaban y Sofía seguía encerrada en su cuarto. A veces, mamá ni se daba cuenta de su ausencia. Mi padre llegaba tarde, como siempre, y no preguntaba por nosotras. Una noche, la abuela vino de visita. Siempre me trataba con dulzura, me traía dulces y me abrazaba con amor. Preguntó por Sofía, pero mamá, con una voz que sonaba tan cruel, le contestó:
—Debe estar en su cuarto… como siempre.
Recuerdo que la abuela fue a su puerta, tocó dos, tres veces, pero no hubo respuesta. Se quedó allí un rato, en silencio. Después gritó a través de la puerta:
—Te amo, hija. Vendré pronto. Espero verte. Cuídate mucho.
Esperó unos minutos más, como si de alguna forma su amor pudiera atravesar esa puerta y llegar a Sofía. Pero nada sucedió. Finalmente, se fue.
El día siguiente pasó sin novedades. Sin embargo, empecé a notar algo extraño. Sofía no había salido a buscar comida ni agua, como solía hacerlo de madrugada. Toqué la puerta de su cuarto, pero no hubo respuesta. “Debe estar muy concentrada dibujando”, pensé. Pero los días siguieron pasando, y esa puerta seguía cerrada, inmutable. Mi madre ni siquiera se daba cuenta.
Hasta que, de repente, algo cambió en el ambiente de la casa. Un olor nauseabundo comenzó a llenar los pasillos. Al principio, era un leve indicio, pero pronto se volvió insoportable, putrefacto, asqueroso. No sabía cómo describirlo, pero lo sentía en mi pecho, una opresión que me aplastaba el alma. Me acerqué al cuarto de Sofía, ese lugar que había sido su refugio durante tanto tiempo, y de pronto lo supe muy dentro de mi supe que era lo que habia pasado con mi hermana.
Ese dia era domingo, el unico dia que mi padre estaba en casa, junto a mi madre tumbaron la puerta de la habitacion de mi hermana, ella estaba alli, colgada, con su cuerpo rigido, su lengua afuera, sus ojos rojos parecian estar inundados de sangre, cu cuerpo parecia morado pero blanco al mismo tiempo y el olor que habia en esa habitacion fue tan terrible, que todos vomitamos.
No podia creer lo que habia visto, mi madre se quedo sin palabras, sin moverse y sin ningun tipo de expreseion facial que demostrara que en verdad estaba triste, mi padre parecio no darle mucha importancia, que estaba pasando, porque se comportaban asi despues de ver el cuerpo de mi hermana de esta manera, despues de ver su cara de tristesa, no le dieron gran importancia, que pasaba con ellos, por que no la querian? yo solo pude salir corriendo hasta la casa de mi abuela, quien vivia a unas cuadras de la mia, corri lo mas rapido que pude, yo estaba llorando y gritando por la calle, al llegar a casa de mi abuela, gritando y golpeando la puerta mi abuela sin control, ella abre asustada, intenta calmarme, yo intento contarle lo que paso, pero no puedo, mi lengua no funcionaba, yo estaba sin poder calmarme, solo pude decir hermana, mi hermana. Alli, mi abuela tuvo un presentimiento, ella me subio al carro, y condujo hasta mi casa, pero se desvorono al ver aquella atrocidad. mi abuela cayo de rodillas y se hecho a llorar, mi abuela intentaba taparme los ojos pero ya era demaciado tarde, mi madre estaba llamando a la policia, mi padre hablando por celular con un cigarro en la mano, jamas lo habia visto fumar, y mi hermana, seguia aun colgada, mi madre cerro la purerta de la habitacion,
Es mejor cerrar la puerta hasta que llegue la policia, me dijo ella;
Horas despues la policia llego, se llevaron el cuerpo rigido de mi hermana, mi mama me dijo que debia ir a dormir con mi abuela por unos dias, mientras se hacia limpieza de la casa y mientras los forences trabajaban en el caso, yo por supuesto que accedi, no queria estar con ellos, no les importo nada la muerte de mi hermana, es mas parecian como si se hubieran quitado un peso de encima.
El abrazo, su mirada, esa promesa de “siempre estaré aquí”… lo había dicho porque sabía que ese sería el último momento que compartiríamos.
Sofía se había ido, y lo había hecho mucho antes de que nosotros lo notáramos. Quizás se había marchado mucho antes de aquel abrazo, cuando todos, poco a poco, se olvidaron de ella.
Los años pasaron, pero el peso de aquel terrible suceso jamás se disipó de mi vida. Era como si una nube oscura se hubiera asentado sobre mi corazón, impidiéndome avanzar. La muerte de mi hermana, Sofía, me dejó marcada para siempre, una herida que nunca cicatrizó. Aunque intentaba seguir adelante, algo dentro de mí seguía roto, incompleto.
Tenía 15 años cuando algo ocurrió, algo que despertó en mí una mezcla de miedo, confusión y esperanza. Ese día, mientras caminaba por el mercado de frutas, entre el bullicio y los gritos de los vendedores, la vi. De pie, junto a un puesto de manzanas, había una chica que me hizo detenerme en seco. Era como si hubiera visto un fantasma. Su cabello, su postura, sus gestos… eran idénticos a los de Sofía. El tiempo pareció detenerse mientras la observaba, incapaz de apartar la vista. El corazón me latía tan fuerte que sentía que explotaría en cualquier momento.
Sin pensarlo, con las manos temblorosas, saqué mi teléfono y le tomé una foto. Necesitaba capturar ese momento, necesitaba entender si lo que veía era real o producto de mi mente atormentada. Pero en cuanto hice clic, la chica lo notó. Levantó la vista y comenzó a caminar lentamente hacia mí, sus ojos fijos en los míos. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. No podía moverme, como si mis pies estuvieran clavados al suelo. La mezcla de vergüenza y miedo me paralizaba, y con cada paso que daba, mi garganta se cerraba aún más.
Ella se detuvo frente a mí, tan cerca que podía sentir el calor de su presencia. No dijo ni una palabra. Solo me miraba con una expresión cariñosa, una sonrisa tranquila y enigmática que me desarmó por completo. Su rostro era una copia perfecta del de mi hermana, pero… no podía ser ella, ¿verdad?
Finalmente, logré reunir el coraje para hablar, aunque mi voz salió apenas como un susurro:
—Lo siento… es que te pareces mucho a mi hermana. Ella falleció hace unos años… pero ya mismo borro tu foto. Perdón, en serio.
Mis manos temblaban mientras intentaba borrar la imagen de mi teléfono, pero entonces ella hizo algo que me dejó sin aliento. Con una suavidad que casi me rompió, puso sus manos sobre las mías, deteniéndome. Sus dedos eran fríos, pero al mismo tiempo cálidos de una manera extraña, reconfortante. Me miró directamente a los ojos, y con una calma que me desarmó por completo, dijo:
—No te preocupes. Te dije que siempre estaría contigo, cuidándote… ¿lo recuerdas?
Mi cuerpo entero se quedó helado. Esas palabras… eran exactamente las mismas que Sofía me había dicho días antes de quitarse la vida. Mi corazón comenzó a latir descontroladamente mientras un frío intenso me recorría el cuerpo. La chica no apartaba su mirada de la mía, su sonrisa permanecía, casi como si estuviera esperando algo de mí.
Quise decir algo, cualquier cosa, pero mi lengua estaba trabada, incapaz de reaccionar. Entonces, escuché que alguien me llamaba desde la distancia. Instintivamente, giré la cabeza hacia el sonido, y cuando volví a mirar hacia la chica… ella ya no estaba. Se había desvanecido entre la multitud como si nunca hubiera estado allí.
El aire se volvió denso, pesado. Sentí una presencia a mi alrededor, como si Sofía estuviera ahí, observándome. Y en ese momento, algo dentro de mí cambió. El miedo que me había consumido durante años se desvaneció, dejando lugar a una extraña calma. Por primera vez en mucho tiempo, no me sentí sola.
desde ese dia sentia miradas y sentia que alli estaba ella, cuidandome a donde iba, el miedo se fue, y me senti protegida por primera vez en mi vida.
Llegando a casa pense, que debia involucrame un poco mas en la muerte de mi Hermana y asi fue.
tras investigar durante meses, me di cuenta que mi hermana no era mi hermana, es decir era mi hermanastra, no era hija de mi padre, mi madre habia sido violada mientras estaba casada con mi padre, ellos pensaron que mi hermana si era su hija, hasta quele hicieron pruebas de ADN y confirmaron que no era asi, que mi hermana habia nacido por parte de una violacion, ahora se porque mi padre y mi madre jamas la quisieron , solo mi abuela, fue ella quien la cuido y creio, por eso le dolia tanto lo que le habia pasado a mi Hermana, le dolio tanto que mi abuela murio unas semanas despues de la muerte de mi hermama.
Una noche, el aire estaba denso y cargado de tensión en casa. El sonido de las llaves al abrir la puerta hizo eco en el silencio, y el tamborileo de pasos pesados me alertó de la llegada de mi padre. Esa noche, él llegó borracho y furioso, su voz resonando como un trueno en el ambiente.
“¡Eres un maldito inútil!” escuché gritar a mi madre, su voz llena de angustia. “¿Qué has hecho esta vez?” La discusión se intensificó, y mi corazón latía con fuerza mientras me acercaba a la puerta de mi habitación para escuchar. Fue entonces cuando la verdad me golpeó como un puño: mi padre tenía un problema serio con las apuestas. Había arriesgado algo muy valioso, y lo había perdido. ¿La casa? ¿El coche? No podía imaginarme la magnitud del desastre.
La voz de mi madre se quebró en un llanto desesperado, y las palabras que se escapaban de los labios de mi padre eran como dagas. “No te preocupes, encontraré una solución,” prometió él, aunque su tono dejaba claro que estaba lejos de la realidad. “La gente con la que me metí son peligrosos. No saben lo que son capaces de hacer.” Mis manos temblaban al escuchar su amenaza implícita, y la sensación de miedo se apoderó de mí.
Días después de aquella discusión, la atmósfera en casa se tornó opresiva, como si un oscuro presagio flotara en el aire. Esa mañana, mientras estaba en mi habitación, escuché el crujir de la puerta. Mi padre entró, su rostro un enigma entre la ira y el arrepentimiento. Se sentó en el borde de mi cama y, con un tono que no le había oído en años, me dijo que quería salir a dar un paseo. “Sé que no te he prestado mucha atención,” admitió, pero algo en sus ojos me hizo dudar.
Una chispa de esperanza encendió mi corazón. “Está bien, papá,” respondí, sintiendo que era una oportunidad para acercarnos. Me levanté de la cama, me duché y me vestí con rapidez. Al momento de salir, él me ofreció un vaso de jugo de naranja. En ese instante, una pequeña voz en mi cabeza me advirtió que no debía confiar en él, pero lo ignoré. “¿Por qué no? Es solo jugo,” pensé mientras lo tomaba, sin darme cuenta de que estaba sellando mi destino.
Cuando nos subimos al carro, la euforia inicial se desvaneció rápidamente. El motor rugió a la vida, y, de repente, la realidad se volvió borrosa. Sentí como si el mundo girara a mi alrededor. “Papá, no me siento bien…” logré murmurar, pero mis palabras fueron arrastradas por la oscuridad que me envolvía. Sin poder luchar contra la marea, caí en un profundo sueño, y la última imagen que retuve fue la de su rostro, distorsionado por la preocupación.
Desperte en una habitacion lujosa, con sabanas rojas y champana, yo no entendia que habia pasado, intente abrir la puerta pero estaba cerrada. Grite y grite pero nadie acudio a mi.
Horas despues un hombre entro a ese extrano cuarto, yo estaba accurrucada en una esquina llorando, ese hombre se reia, se sento en la ama y entre risas y descaro me conto lo que realmente habia pasado, mi padre me habia apostado, el sabia que yo era virgen, mi madre tambien lo sabia, pero el dinero siempre fue la prioridad para ellos dos.
No podia creer lo que mis propios padres me habian hecho, eso mismo le paso a tu hermana, me dijo aquel horrible hombre, que quieres decir con eso , pregunte con voz entrecortada.
tu Hermana, ella estuvo aqui con muchos hombres desde pequena, se reia con sinismo. Fue en ese instante que descubri que ellos habian prostituido a mi hermana desde que tenia 12.
Un hombre de piel morena, gordo, calvo y sudado entre a mi habitacion, y el otro hombre procede a retirarse, aqueo hombre gordo el parecia borracho y drogado, yo tenia miedo, el se acerco a mi me tomo de los brazos y me tiro a la cama de manera agresiva.
La puerta se abrió de golpe, y un torbellino de caos irrumpió en la habitación. Una mujer, acompañada de varios oficiales de policía, entró con determinación. Sus rostros, marcados por la urgencia y el propósito, eran un contraste abrumador con la oscuridad que había llenado el lugar. “¡Estamos aquí para ayudarte!” gritó la mujer, y en ese instante, sentí una oleada de alivio recorrer mi cuerpo, como si una pesada carga hubiera sido levantada de mis hombros.
Los gritos de los oficiales resonaban en mis oídos mientras me arrastraban hacia la salida. La luz del pasillo me cegó momentáneamente, pero cuando mis ojos se ajustaron, una intensa sensación de libertad me inundó. Sin embargo, antes de que pudiera asimilar lo que estaba sucediendo, una presencia familiar me rodeó. Era como si una suave brisa me acariciara la piel y, en un rincón de mi mente, supe que no estaba sola. “Hermana…” murmuré en un susurro, la verdad apretando mi pecho. Era ella, mi hermana, siempre a mi lado, incluso en los momentos más oscuros.
En ese instante, comprendí que ella había sido mi ángel guardián, cuidándome incluso desde el más allá. Su promesa de protegerme no era solo un eco en mi memoria; era una realidad palpable. “Gracias por venir,” pensé, sintiendo cómo su amor me envolvía como una manta cálida en medio del horror. Sabía que, en su sacrificio, había algo más profundo, una verdad que necesitaba conocer. Ella quería que entendiera por qué se había quitado la vida, y de alguna manera, eso me daría la fortaleza que necesitaba para seguir adelante.
Con mis padres arrestados y condenados a cadena perpetua sin posibilidad de fianza, la justicia finalmente había hablado. Sin embargo, el sentimiento de desasosiego aún me seguía. Decidí mudarme lejos de esa ciudad que había sido testigo de tanto dolor. La noche que dejé atrás ese lugar, un aire de liberación me envolvió, pero no sin un toque de tristeza. Sabía que, aunque los ecos de mi pasado intentaban atraparme, el amor de mi hermana siempre estaría presente.
Día tras día, mientras me adaptaba a mi nueva vida, su esencia continuaba a mi lado. Sentía su presencia en los momentos de soledad, en las risas de la gente que me rodeaba y en las pequeñas cosas que solía apreciar. A pesar de la distancia y el tiempo, su espíritu permanecía a mi lado, recordándome que, aunque había enfrentado la oscuridad, también había encontrado la luz. La historia de nuestra conexión se entrelazaba con el susurro del viento y la calidez del sol, un recordatorio constante de que nunca estaría sola.
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